A inicios del siglo XX hubo un momento en el que los fabricantes de perfumes empezaron a darle una gran importancia a las botellitas que contenían las fragancias. Estos frascos dejaron de ser simples contenedores de vidrio uniformes para todas las esencias y pasaron reflejar la "personalidad" del aroma .
A partir de 1910, los diseñadores de moda ingresaron al mundo de la perfumería. Con ellos en este mundo se creo el concepto de no solo tener un perfume único y exquisito sino que el envase que lo contenga exprese su olor de una manera visual.
Los primeros en hacerlo fueron los franceses Paul Poiret y Coco Chanel, quienes tenían un conceptos estéticos opuestos. El primero apostaba por una moda recargada y la segunda, por la simpleza como sinónimo de elegancia y esto no solo se veía reflejado en sus prendas sino también en sus perfumes.
El modista parisino que liberó a las mujeres de lo corsés, también fue el primer diseñador que creó su propia línea de perfumes. En 1912 nació el Chez Poiret, primer perfume cuyo envase fue diseñado con tanto cuidado como el perfume. Bajo la marca de "Les Parfums de Rosine" salió al mercado la primera fragancia realizada por quien imponía la moda en esa época y que todas sus características obedecían los musts del tiempo:
Durante la segunda década del siglo XX lo que estaba de moda era lo oriental. Tras la visita del Ballet Ruso a París en 1909, Poiret quedó fascinado por el estilo de las prendas de oriente y por el misticismo y sensualidad que le sugerían. Por ello decidió darle a la mujer francesa este "aire" de oriente, de mundo desconocido, y consideró que su perfume también debía reflejar este estilo.
Así, un aroma amaderado con notas de flor de naranja y vainilla se encontraba encerrado en un envase que anunciaba la sensualidad y el atractivo de una piedra preciosa. El frasco del perfume reflejaba su olor y lo que quería representar: un atractivo misterioso y desconocido proveniente de un Oriente, que para la época, aún estaba rodeado de mitos y cuentos a lo Mil y una noches.
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